El pasado 20 de diciembre los ciudadanos estábamos convocados a participar en las duodécimas elecciones a Cortes Generales en nuestro país desde la Transición. Eran unas elecciones atípicas porque el contexto de corrupción y degeneración democrática había hecho que surgieran nuevos partidos y renovados planteamientos sobre la reforma del sistema, generando nuevas expectativas al conjunto de la sociedad. Los resultados fueron tan fragmentados como se preveían en las encuestas y me sugieren algunas reflexiones. Vayamos por partes:

Los números más relevantes del resultado de las últimas elecciones generales son, por un lado, que la cifra de ciudadanos con derecho a voto fue de 36.510.952; de estos posibles votos, el 73,2%, (24.924.597 personas), fueron votos válidos; el 0,9% (222.874 personas), fueron nulos; el 0,8% (184.575 personas), fueron votos en blanco (válidos); y el 26,8% (9.120.639 personas), decidieron abstenerse. El resultado: 123 diputados para el PP; 90 para el PSOE; 69 para Podemos; 40 para Ciudadanos; y 28 para el resto de fuerzas con representación.

Visto esto, la primera reflexión nos lleva a pensar que las personas que participaron en las últimas elecciones generales necesitaban de más alternativas que las de (fundamentalmente) los dos partidos tradicionales. Desde el año 1993 y hasta las elecciones de 2008, en España, el voto estaba polarizado en dos grandes bloques, cada uno de los cuales se repartían en torno a 10 millones de votantes cada uno. La democracia estaba anclada en un inmovilismo, en un círculo vicioso, que estaba pervirtiendo el concepto per se del término como aquel poder que reposa en el conjunto del pueblo, de tal manera que la alternancia entre el PP y el PSOE estaba desembocando en un verdadero abuso de poder haciendo y deshaciendo a su antojo lo que les venía en gana, ya que ambos eran los únicos que copaban las instituciones, aprovechándose de éstas a un nivel de descaro inusitado.

Podemos y Ciudadanos han supuesto una alternativa a los que ya no se sentían representados por los dos partidos de siempre, cubriendo la sombra del espectro ideológico que quedaba huérfano alrededor del PSOE y del PP, respectivamente, sombra derivada de la desafección que a los representados les producían los efectos negativos de las fechorías de los partidos habituales. En números redondos diremos que en las elecciones de 2004, la suma de votos entre el PP y el PSOE fue de unos 20,5 millones; en las de 2008, el sumatorio fue de unos 21,5 millones. Ya, en las elecciones de 2011, la suma de votos de PP y PSOE empieza su caída en picado, situándose en unos 17,8 millones de votos. Esa pérdida de sufragios se transvasa a los antecedentes de Podemos y Ciudadanos, que fueron IU y UPyD. Así la suma de votos de estos partidos supuso un número de unos 2,7 millones que, sumados a los 17,8 millones de votos de PP más PSOE dan como resultado esos 20,5  millones de votos que más o menos siempre se ha repartido la derecha y la izquierda clásicas. En las elecciones generales de 2015, el voto de PP y PSOE sigue despeñándose; suman unos 12,7 millones frente a los 8,7 millones de la suma Podemos-Ciudadanos. El sumatorio de votos de estos cuatro partidos da un resultante de unos 21,4 millones de sufragios, por lo que todo sigue cuadrando en el reparto de votos entre los espectros básicos de derecha-izquierda, es decir, los 20 o 21 millones de votos repartidos entre un lado y otro no se han evaporado; simplemente se han reubicado con la aparición de los dos partidos nuevos.

Por otro lado, de los resultados de estas elecciones, me llama poderosamente la atención ese 26,8% de abstención, 9.120.639 personas que por unos motivos u otros no han votado. Los expertos suelen decir que la abstención puede ser sociológica, es decir, que la persona no vota o bien por falta de interés o bien por dificultades técnicas a la hora de querer votar; o puede ser ideológica, o lo que es lo mismo, el individuo se abstiene como forma de rebeldía o protesta hacia el partido al que habitualmente votaba, o hacia el sistema en general. Sea como fuere, el abstencionismo se ha movido en unos márgenes comprendidos entre el 20-30% desde 1977 hasta hoy. Si, como hemos visto, los espectros fundamentales derecha-izquierda se han repartido habitualmente unos 20 millones de votos, la abstención ideológica, se me antoja, debe ser bastante residual frente a la sociológica. Así por ejemplo, cuando el votante del PSOE ha querido castigar a su partido, normalmente ha habido una mayor abstención. Un caso paradigmático fue el del postfelipismo, en las elecciones generales de 2000, cuando el entonces candidato Joaquín Almunia obtuvo 1,5 millones de votos menos que su antecesor. Entonces hubo una abstención del 31% frente al 22% en las elecciones de 1996. Es por eso que estimo la abstención ideológica en torno al 10%, ése que fluctúa entre el 20-30% de abstencionismo. Si esto es así, cabría preguntarse cuáles son los motivos por los que tanta cantidad de gente sería abstencionista sociológico.

Según la curiosa teoría de la elección racional, la norma debería ser no votar, ya que el individuo se inclina siempre a sacar el máximo beneficio y alejarse de los costes que le supone cualquier acción. La fórmula que se suele usar para prever si alguien va a votar o no es la siguiente: Voto=PB+D>C. Aquí “P” es la probabilidad de que el voto del individuo tenga repercusión o sea relevante en el resultado de las elecciones y el votante tenga esa percepción; “B” indica el rendimiento que el sujeto obtendrá de su voto si sale elegido el partido al que ha votado; “D” es la satisfacción personal que tiene alguien por votar; y “C” supone todo el coste que le conlleva a la persona el acto de votar (tener que desplazarse o apetencia, entre otros). Normalmente la expectativa del votante le hace percibir que “P” y “B” son igual a cero o próximos a cero, lo cual hace que el voto dependa casi en exclusiva de la satisfacción personal por hacerlo. Si la percepción del individuo es que el coste que le supone votar resulta mayor que la satisfacción que le genera, éste se abstendría.

Aunque a priori, que nueve millones de personas abstencionistas nos pueda parecer mucho (y lo es), según la teoría que acabamos de citar, si la norma fuese no votar, ¿por qué en estas elecciones hay un 73% de personas que votan y un 27% de abstencionismo y no al revés? Obviamente en estas elecciones ha sido por el anhelo de cambio. Pero si vemos que en cada legislatura los partidos nos defraudan y no cumplen con lo prometido, todavía más incomprensible se harían estos porcentajes. La respuesta podría estar en la habilidad que tienen los partidos para crear necesidades y expectativas en la gente. Al igual que las sociedades desarrolladas crean necesidades y expectativas sobre diferentes productos innecesarios dentro de un contexto de consumismo, los partidos políticos utilizan potentes estrategias para seducirnos a la hora de decantar nuestra decisión para ir a votar o no. De hecho existe una importante laguna legal que permite a los partidos identificar quiénes son las personas que no han votado en las elecciones, ya que los interventores y apoderados de los partidos no están obligados a destruir las copias de los listados y las actas de la mesa electoral y, por lo tanto, hacen uso de ellas a conveniencia. A partir de ahí, toda la maquinaria de los partidos se ponen en marcha en busca del voto con diferentes estrategias, sobre todo del que no votó. ¿Se imaginan abstraerse de cualquier pre-campaña y campaña electoral?; ¿votarían o se abstendrían?; Y si votasen, ¿modificarían su voto o mantendrían lo que tuvieran pensado de antemano?

Dicho esto, el sistema electoral es perverso; éste permite que, por ejemplo, un partido como ERC con casi seiscientos mil votos tenga nueve escaños y UPC (Izquierda Unida), con novecientos mil votos, se quede en sólo dos diputados. Con situaciones como ésta y, sin persuasión política, sería más difícil que la “P” de la fórmula que se mencionó anteriormente fuese mayor que la “C”. Por otro lado, nuestro sistema constitucional es un traje que se le ha quedado pequeño a una democracia que va creciendo cada vez más. Que haya, por ejemplo, un sistema judicial obsoleto y políticamente influenciado favorecería, insisto, sin la maquinaria de los partidos en marcha y dando por buena la teoría de la elección racional anteriormente mencionada, que la gente dejase de creer aún más en instituciones como ésta, lo cual haría que la “B” de la fórmula fuese también menor que “C” si ningún partido actuase para realizar los cambios necesarios y favorecer a quien le ha votado. Nos jugaríamos casi todo a la “D”, pero también perdería frente a “C” si todo lo que sucedió en las elecciones del otro día no sirviera para nada. Por lo tanto, sin la intervención estratégica-comercial de los partidos, el abstencionismo sí podría ser la regla y no la excepción.

El uróboros es la representación de una especie de serpiente que se muerde la cola simbolizando las situaciones que suponen un círculo vicioso, una reiteración inútil. Estas últimas elecciones estaban generando una gran expectativa por el posible cambio del sistema que favoreciera al pueblo en sus peticiones. En breve sabremos si las propuestas son marketing o realmente hay voluntad de modificar este ambiente perverso. Con “Uroborocracia” me refiero al poder de los sistemas que se resisten a cambiar a mejor, que se quedan anquilosados en un circulo vicioso que sólo favorece a los poderes que deciden por el pueblo. Estamos ante un momento crucial para cambiar o desistir. Ya no deben valer políticos mercantes que venden humo, que miden palabras y gestos en campañas electorales, que cubren la escoria en el mejor de los envoltorios. Hoy es exigible, a cambio de voto, un programa político que tenga propuestas vinculantes y no publicidad engañosa; división real de poderes, modernización de la justicia, ley laboral que genere empleo estable y de calidad, modificación de la ley electoral, reforma constitucional acorde con los tiempos y, en fin, todas las reivindicaciones fundamentales que demanda el ciudadano antes de que uno u otro partido les coma la cabeza.

El resultado de una uroborocracia continuada podría hacer que el número de votos se fuera reduciendo paulatinamente hasta llegar al punto de que los representantes políticos no estuvieran legitimados porque el abstencionismo fuera mayor que el número de sufragios. Es una opción utópica y poco probable ya que, como hemos visto, los partidos tienen sus mecanismos para mitigarlo, pero la abstención es una herramienta que sería muy poderosa para mostrar disconformidades y cambiar el sistema. El pueblo tiene mucho poder pero no hace uso de él porque el propio sistema se ha encargado de desactivar los mecanismos que tenemos para luchar contra él que no es otro que la unidad organizada (como históricamente se ha demostrado); así el sistema se ha ocupado de confundirnos haciéndonos ver que la educación está asociada a no ser crítico, que una huelga no vale para nada o que el que no vota no tiene derecho a quejarse (como si estuviéramos obligados a elegir entre el malo y el menos malo, entre la muerte y el susto). Algunos países incluso tienen un sistema de voto obligatorio con sanciones para quienes no votan (seguramente auspiciados por el miedo a una abstención masiva que pudiera deteriorar legitimidades para gobernar), lo cual me resulta totalmente antidemocrático porque coarta la libertad de las personas, que es la esencia de la democracia. Es paradójico que en una dictadura no se pueda libremente votar y en una democracia no se pueda libremente no votar (en el menor de los casos sin ser criticado). Al fin y al cabo en ambos casos se coartan las voluntades de las personas.

No quiero una uroborocracia vestida de democracia. No quiero tener que votar entre el malo y el menos malo. Quiero una democracia verdadera que cumpla con las exigencias del pueblo. Ante uroborocracia, abstencionismo; ante democracia real, voto.

Rubén J. Pérez Redondo.

Doctor en Sociología por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (2014) y Licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca (1998).

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Acento Cultural, número 21, abril 2016, ISSN: 2386-7213

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