De entre las muchas construcciones militares de origen romano que se levantaron en Britania y que aún hoy se conservan, la más impresionante y famosa es sin duda el grandioso Muro de Adriano. Esta impresionante fortificación de 117 kilómetros de largo formaba parte del sistema defensivo que los romanos utilizaban para proteger sus fronteras. El llamado limes.

 

El limes: la frontera entre la civilización y los bárbaros.

Los romanos denominaban limes al territorio comprendido entre las regiones bajo su dominio y aquellas zonas que no estaban sometidas al poder de Roma. Generalmente estas fronteras quedaban marcadas por accidentes naturales, el cauce de grandes ríos, como el Rin o el Danubio, o extensos desiertos como en las provincias orientales. Sin embargo, a veces los romanos decidían reforzar sus defensas debido a la naturaleza de sus enemigos o para contar con puntos de apoyo para futuras campañas. Surgen así las grandes fortalezas fronterizas donde se acantonaban desde pequeñas guarniciones hasta varias legiones. Es el caso, por ejemplo, de Carnuntum, en Austria, una importante ciudad que llegó a convertirse en capital de la provincia de Panonia y que en sus orígenes fue una fortaleza militar. Aparte de los fortines, el limes estaba constituido por torres o atalayas de observación situadas a una determinada distancia unas de otras, zanjas y empalizadas de madera, tierra o roca en ocasiones y un gran número de caminos y calzadas para conectar todos estos elementos. El ejército romano estaba estacionado a lo largo de todo este complejo entramado fronterizo, pudiendo acudir con relativa velocidad a reforzar cualquier brecha que pudiese producirse.

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Reconstrucción de una torre vigía con empalizada en el limes de Germania.

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El dilema romano.

Los romanos miraban hacia las costas de Britania con una mezcla de sentimientos que iban del temor a la curiosidad. De acuerdo a las historia que escuchaban, en suelo britano había valiosas minas con las que podían enriquecerse, siempre y cuando lograran vencer a los guerreros de la región, liderados por una casta de sacerdotes llamados druidas, que los romanos pensaban que tenían poderes sobrenaturales. Entre los mismos romanos había algunos que deseaban enviar allí fuerzas a explorar la zona y otros pensaban que no merecía la pena el esfuerzo que eso conllevaba. Y es que cruzar a Britania no era fácil, había que movilizar varias legiones, un ejército significativo, y además había que construir una flota con la que hacer posible el desembarco. Fue Julio César el que se atrevió a visitar la isla en dos campañas realizadas en los años 55 y 54 a.C. A pesar de vencer a los britanos en combate, César no pudo ocupar el territorio de forma permanente y se retira de nuevo hacia la Galia.

Durante los años siguientes se organizan algunas expediciones sin que ninguna de ellas llegue ni tan siquiera a embarcar hacia Britania. El emperador Calígula reclutó dos nuevas legiones y construyó numerosas infraestructuras para la invasión, pero finalmente, en la costa de la Galia, ordenó detener al ejército y el ataque no llegó a producirse. No fue hasta el año 43 d.C cuando de nuevo los romanos cruzaron el mar para desembarcar y combatir a los britanos, esto sucede bajo el gobierno del emperador Claudio, que puso bajo el mando de su general Aulo Plaucio un ejército compuesto por cuatro legiones (II Augusta, IX Hispana, XIV Gemina y la XX Valeria Victrix) junto con todas sus tropas auxiliares. Un ejército de invasión en toda regla compuesto por más de cuarenta mil hombres. Los motivos de dicha invasión generan cierta controversia, al parecer los romanos iban allí para ayudar a un caudillo local a recuperar el trono que había perdido a manos de las tribus de los catuvellaunos y los trinovantes, pero lo cierto es que Claudio buscaba fortalecer su imagen obteniendo alguna victoria militar importante y aprovechó las disputas internas de las tribus britanas. Los romanos desembarcan en Britania y ya no la abandonan. Hay numerosos combates y encuentran mucha resistencia pero finalmente se hacen con la victoria y con el control del sur de la isla. En estos años fundan la ciudad de Londinium, la actual Londres. Por fin, el dilema romano se diluye y se crea la provincia de Britania. Sin embargo, la conquista definitiva y pacificación de la isla estaba aún lejos. Los britanos no estaban dispuestos a dejarse dominar sin luchar y los romanos tuvieron que emplearse a fondo durante bastante tiempo para aplastar las rebeliones. La última y más sangrienta finalizó en el año 61, bajo el gobierno del emperador Nerón, y su principal instigadora fue la reina de los icenos, Boudica. Durante los siguientes años los romanos se dedicaron a lanzar diversas campañas para someter completamente la isla y llegar hasta el norte de la misma, a la región de Caledonia, lo que se conoce como Escocia.

La construcción del muro.

Con la llegada del emperador Adriano la expansión imperial se detiene y comienza un período de consolidación de las tierras ya conquistadas. Britania no es una excepción y las guarniciones romanas situadas más al norte se repliegan de nuevo a la mitad sur de la isla y el emperador ordena la construcción de una muralla fortificada que divida la isla en dos, a fin de delimitar el territorio romano del no romano. La construcción de la muralla se inicia en el año 122 d.C y en ella participaron legionarios de varias unidades, como atestiguan las inscripciones halladas en a lo largo de los 117 kilómetros de extensión desde el Tyne en el este hasta el fiordo del Solway en el oeste. Esta obra está construida con sillares de piedra y tiene una altura de más de cuatro metros y una grosor de hasta tres metros. Además contaba con una serie de torres fortificadas situadas cada 500 metros. Gran cantidad de pequeños fortines, construidos cada 1500 metros, y con capacidad para unos veinte hombres, hacían que el muro permaneciese permanentemente custodiado. Aparte de todas estas defensas, la muralla de Adriano disponía también de diecisiete grandes fortalezas donde se acantonaba el grueso de las tropas, varios miles de legionarios y jinetes. Por la parte externa del muro había un terraplén y un foso de casi cuatro metros de profundidad y seis de ancho. Todas las estructuras defensivas estaban conectadas por los caminos militares.

El muro no sólo era una imponente barrera que impedía a las tribus del norte atacar tierras romanas, sino que daba testimonio de que el poder de Roma era tan inconmensurable que era capaz de levantar estructuras como esa sin importar los obstáculos que se encuentren en el camino.

Tiempo después la frontera romana avanzó más al norte, y se construyó la muralla de Antonino, poco más que un gran terraplén de tierra que fue abandonado al poco de ser terminado.

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De Basquetteur – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21560456

El muro en la actualidad.

Después de la retirada romana de Britania la muralla fue utilizada como cantera para la construcción de otros muchos edificios, haciendo que muchas de sus secciones quedasen severamente dañadas. Actualmente goza de la categoría de Patrimonio de la Humanidad, por lo que está protegido. El Muro de Adriano ha servido a los arqueólogos para descubrir y entender multitud de elementos que formaban la vida cotidiana en la frontera, hallándose desde calzado perfectamente conservado, hasta tablillas escritas usadas en la abundante correspondencia de toda índole que mantenían los moradores de la región.

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Sección del Muro de Adriano en la actualidad. https://commons.wikimedia.org

Daniel Cuadrado Morales.

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El muro de Adriano, la gran defensa de la Britania romana. by Daniel Cuadrado Morales. is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International License.

Acento Cultural, número 32, abril 2017, ISSN: 2386-7213.

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