A pesar de que la sociedad romana concedió bastantes libertades a la mujer con respecto a otras culturas, como la griega, lo cierto es que en líneas generales las féminas ocuparon siempre un papel secundario en la historia política y social romana. Aunque, claro está, hubo excepciones, y es que los nombres de Cornelia Menor, madre de los Gracos; Livia, esposa de Augusto; Agripina, madre de Nerón; o la célebre egipcia Cleopatra, brillan con letras de oro en la historia. Sin embargo, por encima de todas ellas, y a pesar de las restricciones de su época, hubo unas mujeres que ocuparon un lugar predominante en la sociedad romana, una casta femenina que era tan respetada que si un emperador se cruzaba con una de ellas por las calles, debía hacerse a un lado y dejarla pasar. Con esta pequeña introducción quiero presentaros a las sacerdotisas sagradas de la diosa Vesta, las vestales.

Representación de una Vestal Máxima (Wikimedia Commons)

Una vida al servicio de Roma.

Ser vestal era un privilegio y un honor en Roma, ya que estas mujeres tenían por misión, entre otros cometidos, mantener encendida la llama que ardía en el templo de Vesta. La diosa Vesta no tenía una forma definida, pero la llama con la que se la representaba debía permanecer siempre encendida, ya que los romanos consideraban que si se apagaba, grandes desgracias se abatirían sobre la ciudad. Para evitarlo estaban las vírgenes vestales. Pocas veces esta llama se apagó. Las vestales consagraban su vida al servicio de Roma, siendo un ejemplo de serenidad y rectitud.

El sacerdocio de las vestales duraba 30 años, y daba comienzo con la elección de las jóvenes que iban a ingresar al servicio de Vesta. Esta elección se realizaba entre niñas pertenecientes a las familias patricias más adineradas, poderosas e influyentes de Roma, con una edad comprendida entre los seis y los diez años. Las aspirantes, además de poseer una gran belleza natural, tenían que tener un cuerpo sin mácula alguna, libre de toda marca de nacimiento, herida o imperfección. Las jóvenes seleccionadas eran apartadas de sus familias y llevadas al templo de la diosa, pasando a ser consideradas “hijas de Roma” y dependiendo del emperador, el Pontifex Maximus. Las niñas dedicaban los primeros diez años de su nueva vida como sacerdotisas sagradas al estudio. Se las instruía muy bien, versándolas en temas muy variados y aprendiendo todo lo necesario sobre la religión romana y los rituales y servicios que llevarán a cabo. Los siguientes diez años los pasaban dedicadas a los cultos y obligaciones propias de su rango, y los últimos diez, la última parte de su sacerdocio, los dedicaban a la formación de las nuevas vestales que debían sustituirlas. Pasado ese tiempo, rondando ya los cuarenta años, las vestales, libres de su voto sagrado, podían reincorporarse a la vida normal, pero, a esa edad, pocas lo hacían ya y preferían quedarse en el templo y continuar sirviendo a Roma y a Vesta.  

Las vestales vestían de una forma característica que las identificaba del resto. Su cuerpo quedaba cubierto por la llamada palla, una especie de manto que se ajustaba en un hombro mediante una fíbula y que las vestales abrochaban en el lado contrario al resto de matronas romanas. En la cabeza lucían en sufibulo, un velo que se utilizaba durante las ceremonias. El color predominante era el blanco, símbolo de su pureza y virginidad. Debajo de este velo incorporaban cintas de color blanco y rojo, simbolismo de pureza las primeras y de compromiso de mantener el fuego sagrado encendido las segundas.

Statua_di_vestale,_età_antonina,_dall'atrium_vestae

Deberes, votos y privilegios.

Desde su entrada al templo, las vestales se comprometían a permanecer vírgenes durante el tiempo que durase el servicio. Si alguna de ellas perdía esa virginidad, se la condenaba por crimen incesti. Solo podía tener relaciones cuando abandonase el sacerdocio. Pero es más, ni siquiera podía tener contacto físico con nadie. Nadie, ni siquiera otra vestal, podía rozar su piel. El castigo aplicado a una vestal condenada por crimen incesti era terrible, se la despojaba de sus ropas sagradas y se la vestía con una especie de sudario, siendo conducida en una procesión pública a un lugar donde una escalera subterránea la llevaba a una pequeña habitación, una cripta. Allí disponía de una limitada cantidad de agua y comida. La vestal era enterrada viva en este habitáculo, que se sellaba para siempre, condenada a una agonía horrible antes de morir. Lo cierto es que, en los más de mil años de culto a Vesta apenas hubo casos de crimen incesti, contabilizándose menos de una veintena, algunos de ellos realizados sin pruebas concretas, como el de la Vestal Máxima (la líder de las vestales) Cornelia.

Las vestales ocupaban asientos de honor en los teatros, circos y anfiteatros, disfrutando de los máximos honores y respetos por parte de toda la sociedad. Sus privilegios eran enormes, podían disponer de sus propios bienes sin necesidad de ningún tutor legal y todos, incluyendo el más poderoso de los Césares, debían cederles el paso en la calle. Si una vestal, se cruzaba con un condenado a muerte camino de su pena, tenía pleno derecho para ponerlo en libertad si ella sentía que ese condenado era inocente. Realmente eran lo más sagrado y puro de Roma. Símbolo de concordia.

Una de las fiestas más importantes eran precisamente las dedicadas a la diosa Vesta, llamadas las Vestalias. Estas fiestas duraban varios días, concretamente del 7 al 15 de junio y, de manera excepcional, durante el primer día se permitía el acceso al recinto sagrado del templo a las mujeres romanas que fuesen madres. Estas madres acudían con ofrendas de comida y acompañaban a las vestales en sus ritos, cantando alabanzas a Vesta tras las sacerdotisas. Era durante las Vestalias cuando las integrantes de su culto preparaban la llamada mola salsa, que no es otra cosa que una especie de pan que se hacía con harina salada. La mola salsa no se elaboraba para ser consumida por las personas, sino como ofrenda a la diosa Vesta, ya que era su momento de gloria y todo debía ser perfecto. En ocasiones este pan se ofrecía a otras deidades romanas durante sus correspondientes celebraciones, pero únicamente eran las vestales las encargadas de hacerlo.

Vestales cuidando de la llama sagrada (Wikimedia Commons)

Celia Concordia y el fin de las vestales.

El culto a Vesta y sus sacerdotisas sagradas fue unas de las instituciones más antiguas y respetadas de Roma, manteniéndose la tradición durante más de 1.100 años, desde los tiempos del rey Numa, tiempos que están cubiertos por un halo de leyenda. Sin embargo, el cristianismo, tras su adopción por el emperador Constantino como la religión oficial del Imperio, acabó no solo por desplazar al resto de cultos, sino que precipitó su prohibición. El emperador hispano Teodosio en el año 391, cuando el gran Imperio romano era una sombra famélica de lo que había sido y agonizaba bajo una crisis económica galopante e invasiones bárbaras, ordena el cierre definitivo de todos los templos paganos, y esa orden incluye irremediablemente la clausura del templo de Vesta. Las vírgenes vestales, despojadas de su poder, se desbandan a pesar de conseguir mantener el culto unos pocos años más. Es en el año 394 cuando Celia (o Coelia) Concordia, dimite y abandona su puesto de Vestal Máxima, la líder del resto de vestales. Celia Concordia era conocida por haber levantado una estatua de un noble romano que se oponía firmemente al cristianismo. La mujer de este noble, Anconia Fabia, levantó otra de la Vestal Máxima en agradecimiento. Esto es llamativo porque años después de su dimisión como la más importante de las vestales, Celia Concordia se convirtió al cristianismo, ya casi al final de su vida.

Para finalizar el presente artículo voy a permitirme un pequeño y curioso apunte, y es que, como he contado en líneas precedentes, los romanos creían que si la llama sagrada que ardía en templo de Vesta se apagaba grandes desgracias sobrevendrían para ellos. Tal vez no estuvieron tan equivocados. Unos pocos años después de estos hechos, Roma fue saqueada por las hordas de godo de Alarico, algo que no había ocurrido en más de 800 años. Tras esto, las invasiones bárbaras y los ataques de Atila, apodado el Azote de Dios, acabaron por destrozar los restos del antaño poderoso Imperio romano. Unas pocas décadas después de apagar la llama que las vestales guardaban celosamente, Roma cae definitivamente y en occidente y llegan los días oscuros de la Edad Media.

Daniel Cuadrado Morales.

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Vestales, la mujeres sagradas de Roma. by Daniel Cuadrado Morales is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International License.

Acento Cultural, número 40, Febrero 2018, ISSN: 2386-7213.

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