Llegaron las elecciones.

Fuimos a votar cada uno con sus dudas y dilemas, decidiendo si tener más de lo mismo, o apostar por intenciones que serán puestas a prueba desde el futuro más cercano. Pero, de forma sorprendente en muchos casos, lo que hay que reconocer es que ha acontecido una tormenta electoral cuyas repercusiones serán notorias en los próximos meses.

¿Qué había en juego este 24M? Más allá de los futuros gobiernos locales y regionales, paralelamente se analizaba qué es lo que sentía el pueblo español ante los excesos y errores de los partidos que han gobernado España en los años democráticos, llenos de más sombras que luces, los cuáles se enfrentaban a nuevas alternativas con más promesas y titubeos que realidades. Era una especie de “batalla del cambio y la corrupción”, con todo lo que eso conllevaba. Dejando a un lado las lecturas partidistas, los resultados han sido inesperados en todos los frentes.

Sede por sede, esta tormenta política ha afectado de forma desigual. En unas, ha creado goteras, humedades y ha obligado a apuntalar casi todas estas viejas construcciones, necesitadas de nuevos pilares; mientras que las nuevas han superado con creces estas inclemencias tan adversas (casi) impermeables (de momento) ante el ciclón que estaba cayendo en algunos barrios.

Desde que se conocieron los resultados, las sensaciones han sido bien diferentes: entre los que se consideran “izquierda”, hay una alegría ante lo que consideran fracaso electoral de sus opuestos, que parece esconder el complicado escenario de pactos en el que les va a tocar desenvolverse; mientras que desde la “derecha” manifiestan su disconformidad ante el ascenso de los nuevos partidos (por su propia y consecuente pérdida de poder), tomando como referencia experiencias pasadas de pactos, a pesar de que las mayorías absolutas han demostrado su inutilidad para generar acuerdos nacionales que beneficien a todos.

Una cosa es segura, durante los próximos meses se verán las caras viejos y nuevos políticos en un escenario diversificado que demostrará las intenciones de unos y las ganas de dialogar de otros. En municipios y regiones de mayor fragmentación política, alcanzar acuerdos será una dura prueba para la clase política, que demostrará si mira hacia lo mejor para su respectiva circunscripción, o si sigue al pie de la letra las (ciegas) directrices de partido. Es difícil adelantar convincentemente qué sucederá al ponerse a prueba la gobernabilidad entre la segmentación.

No hay duda de que este pequeño cambio (pues aún sigo viendo al PP y al PSOE en lo más alto) se debe principalmente a la corrupción generalizada y al consiguiente hito (con dos lecturas bien distintas) que nos ayudó a creer que el cambio, todavía por llegar, era posible: el 15M. Aquello sirvió para que muchas personas frustradas (entre las que me encuentro) supieran que no están solas en su amarga sensación ante la política nacional. No obstante, el tiempo, los ataques y las lecturas intencionadas parecían haber tapado un acontecimiento en nuestra historia democrática que, unos pocos años después ha tenido como consecuencia que muchas personas ajenas a la política se hayan planteado su entrada en este ámbito o un mayor compromiso con el mismo.

Personalmente, desearía el fin de dos realidades que (espero equivocarme) seguirán entre nosotros: el bipartidismo, el cual ha demostrado sobradamente su incapacidad debido a la falta de acuerdo entre ambas partes, y que en estas elecciones ha salido herido en su línea de flotación (aunque si la actitud de los nuevos son iguales que las de los viejos, mal vamos). Y por otro lado, la ruptura del maniqueísmo “izquierda-derecha”, que debería ser sustituido por “arriba-abajo” (por ejemplo),  según hacia donde esté la mirada de cada partido: a los pobres o a los ricos, más que nada por saber quiénes quieren un cambio significativo real y quiénes no.

Haciendo esfuerzos para ver los resultados de una forma aprovechable (a falta de conocer la formación definitiva de los diferentes gobiernos), me gustaría creer que es el inicio de una evolución positiva (lenta pero significativa); esperando que todos mantengamos la misma actitud crítica que ha provocado este pequeño cambio para no cometer los mismos errores que nos han llevado hasta una situación insostenible en este marco político.

Para ello, hemos de exigirles políticas comunes a largo plazo (por ejemplo: Educación; Sanidad…) en todas las áreas posibles para que haya una estabilidad real que beneficie a todos por igual aunque, esto parece cada día una absoluta y más lejana utopía.

A los diferentes gobiernos con (des)conocidos pactos o sin ellos, a los políticos de carrera y a los ciudadanos políticos: ha llegado el momento de demostrar si sois capaces de crear las transformaciones significativas que la sociedad reclama. ¿Habrá “salvadores de la patria”? ¿Caerán (nuevos y viejos) en los mismos errores? ¿Sucederá un vuelco electoral en las generales? Muchas dudas para un futuro (aún) tormentoso pues, vienen tiempos lluviosos de declaraciones, peticiones, pactos y propuestas, que nos resolverán las cuestiones que se quedan en el aire tras las elecciones.

Queda mucho camino por recorrer, por lo que los aplausos tienen que transformarse en hechos, y los llantos en autocrítica. Eso sí, no perdamos la buena práctica de juzgar a quienes nos gobiernan, de la misma manera que (casi) todos somos evaluados en nuestros trabajos.

La gente quiere cambio y este aún no se ha producido. Quedan muchas incógnitas por despejar y aún más problemas que resolver.

Ricardo Ortega Olmedo.

Elecciones

Ilustración de Rafael Rodrigo Toledo.

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Acento cultural, número 9, mayo 2015, ISSN: 2386-7213

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