Si tuviese que, sin más remedio, dar respuesta a la cuestión, “elige un único nombre imprescindible dentro del cine español”, con perdón del genio de Calanda, don Luis Buñuel, daría una respuesta sin dudar. Muchos de los lectores no habrán visto nunca una imagen de mi elegido, es más, es probable que ni siquiera conozcan su nombre. Nunca estuvo (por propia voluntad) en la palestra de los medios, ni acaparó portadas, como sí sucedió con los grandes directores: Berlanga, Saura, Bardem (hablo de Juan Antonio, naturalmente), Almodóvar, Erice, Trueba, Médem, etc. O como también sucedió con los grandes actores: Fernán Gómez, Sacristán, Banderas, Rabal, Isbert, etc. No… simplemente nació, vivió y murió, como creo deberíamos hacerlo todos, sin dar un ruido, sin alardear, sin cansar, pero dando lustre a la que fue su amada profesión, escribir guiones cinematográficos.

¿Acaso no ha tenido nunca la sensación de que, pillando una película a medias, desconociendo su título, entiende perfectamente su lenguaje, las situaciones que se desarrollan? ¿Nunca se ha dicho la frase “esto lo he vivido”? Mi elegido configuró un lenguaje característico, una manera de hilar los diálogos, de crear escenas, las cuales sacó directamente del análisis pormenorizado de los españoles. Hablo, cómo no, del gran Rafael Azcona y ese lenguaje al que me he referido es (permítaseme la expresión) el “azconismo”.

Nació allá por el año 1926, al abrigo de una humilde sastrería logroñesa. Aficionado a la poesía desde bien pequeño bebió, fundamentalmente, de aquel ‘huerto claro donde madura el limonero’ que era y es Antonio Machado, pero también de otros grandes escritores. Marchó joven a Madrid a buscarse la vida como poeta. Allí frecuentó las tertulias literarias que le ofrecían los cafés capitalinos “Varela” y “Comercial”, donde entabló amistad con personajes de la talla del dibujante Antonio Mingote. Trabajó como novelista y como articulista para la mítica revista satírica “La Codorniz”. Su vida bohemia y la escasez económica le hicieron ‘mamar’ la calle. Deambuló por ella, viajó en metro, en autobús. En estos entornos escuchó, analizó las conversaciones del español, sobre todo del perteneciente a la clase baja y a la, mal llamada, clase media. Éstas, fueron las fuentes que enriquecieron todos sus trabajos. Por ello, nunca, ni en la cumbre de su carrera, dejó de frecuentar la calle, ni de utilizar los transportes públicos.

Entró al cine de la mano del italiano Marco Ferreri, con quien adaptó a la gran pantalla en 1959, una de sus novelas, “El pisito”. Pero el reconocimiento (nacional e internacional) le sobrevendría a ambos con su siguiente trabajo, adaptación de un relato, de nuevo del propio Azcona, “El cochecito” (1960) Esto le llevó, irremediablemente, a trabajar a Italia, país de Ferreri. Allí Azcona abrió su abanico y descubrió algo que para los españoles de la época parecía algo inalcanzable, la libertad de opinión. En Italia conoció el éxito, pero los inicios no estuvieron exentos de ciertas penurias y frustraciones. Cuenta una anécdota que, nada más llegar, compró un paquete de folios con la intención de escribir un guión para su amigo Marco. Los días pasaban y las musas no llegaban. Azcona, frustrado, encontró consuelo confeccionando aviones de papel con dichos folios, que lanzaba desde su ventana a volar por los cielos de Roma.

Con posterioridad escribió para directores de la talla de Berlanga, Saura, José Luis García Sánchez, Antonio Giménez-Rico, Fernando Trueba, José Luis Cuerda, o Bigas Luna. Hablar de los títulos que llevan su firma (y su sello característico) es hablar de, probablemente, los metrajes indispensables de la historia del cine español. Al menos de los últimos 50 años. Por no extenderme nombro sólo unos pocos: “Plácido” (1961), “El Verdugo” (1963), “Peppermint Frappé” (1967), “El jardín de las delicias” (1970), “La prima angélica” (1974), “La escopeta nacional”, “Un hombre llamado Flor de Otoño” (ambas de 1978), “El año de las luces” (1986), “El bosque animado” (1987), “Belle epoque” (1992, la cual recibió incluso un ‘Oscar’ de Hollywood), “La niña de tus ojos” (1998), “La lengua de las mariposas” (1999) o “Los girasoles ciegos” (2008) Una irrepetible lista, sin duda, pero incompleta. Pues hay más, muchas más.

En sus primeros años supo burlar como nadie la ridícula, a la par que temible, censura del ‘franquismo’. Baste como ejemplo recordar la temática y diálogos de “El Verdugo”, rodada nada más y nada menos que a principios de los 60, década en la cual no faltaba el trabajo a los profesionales del gremio de Amadeo (personaje principal, interpretado con brillantez por Pepe Isbert) Con su pluma, su máquina de escribir, o su ordenador personal, nos presentó su mirada sobre los españoles. Una mirada tierna, sí, pero a la vez implacable. Retrató nuestras vergüenzas, nuestros miedos, nuestras luces, pero sobre todo nuestras sombras, sin dejar de tener siempre presente ese sentido trágico hacia las gentes de su patria, el cual sólo han llegado a alcanzar los grandes nombres de las letras españolas, Lope de Vega, Cervantes, Baroja, Valle-Inclán, Unamuno… Azcona, desde mi humilde opinión, fue digno heredero de tales escritores.

Pero, que a lo que vengo, vengo: “Plácido”. Corría el año 1961. En España la dictadura nacional-católica ‘franquista’, lanzaba campañas para fomentar la caridad cristiana, sobre todo en épocas señaladas como Navidad. Una de ellas, bajo el bochornoso nombre de “Siente un pobre a su mesa”, encendió la bombilla de un jovencísimo Luis García Berlanga, que hacía sus pinitos en esto del cine. Rafael Azcona volvió de Italia, donde cosechaba éxito y notoriedad, para encargarse del guión de una película, que los censores no dejaron que fuese titulada con el lema ‘franquista’ antes mencionado, y hubo de llamarse con el nombre de su protagonista, “Plácido”.

No se preocupe, lector, mi intención no es destriparle la película, si es usted de los que viven en el ‘pecado mortal’ de no haberla visto. Simplemente me limitaré a dar retazos indispensables que analicen este gran trabajo, apoyándome en el argumento, únicamente, lo estrictamente necesario. La historia narra las aventuras del irredento desgraciado ‘Plácido’, un humildísimo transportista que es contratado por la ‘Sociedad de damas’ de una típica ciudad de provincias española, para una cabalgata que promocione la campaña que ha de fomentar entre los vecinos pudientes la práctica de la caridad cristiana (una de las tres virtudes teologales de la santa madre iglesia católica y apostólica) dando de cenar, en la noche de Nochebuena, a alguno de los pobres sintecho que deambulan sin pena ni gloria por las calles. Con este singular punto de partida, el tándem Berlanga-Azcona (que hasta esta fecha no habían trabajado juntos) retrata sin tapujos ni medias tintas a la sociedad española de la época y, por qué no decirlo, desgraciadamente a la de todas las épocas. Con un moderado abanico de personajes consiguen retratar todos los estratos de la sociedad española, dejando sus vergüenzas al aire. En ellos vemos el siempre ‘sospechoso’ sentimiento de caridad, sí, pero vemos la envidia, la avaricia, el egoísmo, la vanidad, los prejuicios, la intolerancia, que en las más de las ocasiones, esconde dicho sentimiento. No importa el porqué, ni el cómo, ni las posibles soluciones. Sólo importa aparentar, ponerse (sentirse) por encima, el qué dirán…

Hace casi 60 años que se estrenó “Plácido” y, el espectador más cándido, podría pensar que esos vicios, que esos defectos quedaron atrás, que eran propios de la España de la época. Mas, reflexionemos por un momento. ¿Quién, como yo, no ha escuchado alguna vez decir: “a ese de las barbas que pide no le doy, que sé de buena tinta que se lo gasta en vino”, o “no, es que yo ya le he dado hace un minuto a aquel pobre de más atrás”? ¿Quién, sobre todo en estas fechas navideñas, no ‘sufre’ los ‘telemaratones’, o los programas que, amparándose en el morbo, presentan historias de gente que lo ha perdido todo, o que nunca ha tenido nada? ¿Quién, incluso, no se siente imbuido por ese marketing y acaba cediendo a la tentación de colaborar porque, ‘qué lástima no tener nada que echarse a la boca, sobre todo en este día tan señalado’? (Sea esto, o no sea, por acallar nuestra conciencia acusadora. Que en juzgar esto no entro. Allá cada cual)

Azcona (y Berlanga) simplemente nos pusieron en situación. Con un retrato costumbrista nos enseñaron la realidad, que por triste y fea que nos parezca, no es más que lo que tenemos a nuestro alrededor. Nosotros, como espectadores, debemos ponernos en la piel de ‘Pascual’, el pobre que nada tiene. Pero también en la de ‘Plácido’, que se supedita a sus contratistas, receloso pero resignado, mirando por el devenir de su familia y de su ruinoso ‘negocio’. También en la del pícaro ‘Julián’, en la de ‘Gabino Quintanilla’, quien es conocido y reconocido únicamente por ser hijo del de la serrería, o en la de ‘don Paco’. Todos, todos nosotros somos todos ellos. Basta para ello haber nacido en un entorno más o menos acomodado, y dejarnos llevar por el papel que nos ha designado el azaroso destino.

En los aspectos técnicos, “Plácido”, no es el mejor título del cine español, ni tan siquiera el mejor del maestro Berlanga. Eso sí, mención especial merecen las actuaciones del gran Cassen, de Manuel Alexandre, de José Luis López Vázquez, de Amelia de la Torre y Elvira Quintilla, en particular, pero de todo el elenco en general. “Plácido” fue uno de los primeros guiones escritos por Rafael Azcona, pero sin duda sentaba como un guante a este grupo de actores, los cuales, junto con otro grupo que habría de venir en posteriores títulos, pasarían a ser los actores de la ‘comedia azconiana’. Porque, dejo aquí la pregunta, ¿eran los actores los que encajaban en estos guiones, o estaban los guiones escritos para que encajaran en estos actores? Desde mi modesta opinión, sabiendo la profunda admiración y respeto que muchos de ellos han demostrado a la figura de Rafael Azcona, y teniendo presente lo que ellos mismos siempre han recalcado, que el cariño era mutuo, me decanto por lo segundo.

Y termino, pues como termina la película, con el villancico aquel que dice: “Madre en la puerta hay un niño y gritando está de frío. Anda y dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá.”

Disfruten de “Plácido”.

 AZCONA (Rafa Rodrigo)

Plácido (Luis García Berlanga, 1961)

Ilustración por Rafael Rodrigo Toledo (http://bit.ly/1AaQtJg).

Acento cultural, número 3, diciembre 2014, ISSN: 2386-7213

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“Plácido”, siente un pobre a su mesa y la ‘comedia azconiana’. by Javier Benito / Rafael Rodrigo Toledo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional License.