Nota: El texto que sigue es la adecuación de un artículo académico a algo más “digerible”. Hace un tiempo me comprometí con la gente de ACENTO CULTURAL a publicar un texto que reflejara algún aspecto relacionado con mi investigación. El resultado fueron unas páginas demasiado enfarragosas, típicas, incluso en la forma, a lo que estamos acostumbrados en las universidades. Esto, y el dibujo que Helena había hecho para acompañarlo (el dibujo me pareció perfecto para hacer un texto con un tono más “satírico”), hizo que me propusiera cambiarlo. En esto recordé una discusión que un personaje de Twitter había tenido un tiempo atrás y que había seguido con cierto interés. Me vino como anillo al dedo: hacía pie en lo local, los personajes eran simpáticos, el espacio del casino se prestaba al diálogo… Lo utilicé y quedó en lo que sigue. Ni que decir tiene, por otro lado, que no hay pretensión de molestar a nadie. Ni mucho menos a ningún creyente… sea cual sea la creencia que le ocupe. Aunque, la verdad, releyendo el texto me doy cuenta de que no hay motivo alguno para tomar esta precaución. Los personajes, después de todo, o son inventados o están tomados de aquella cuenta de Twitter. Eso sí, a quien está detrás de esa cuenta agradezco que no haya puesto ningún problema para su utilización.

  

La religión es política

Un diálogo en el casino.

 “La religión es política. Y no puede no serlo”, se le ocurrió decir al Bacín una noche en el casino. Fuera, una alcaldesa socialista hablaba a una Virgen delante de todo un pueblo.

-Querido Bacín, eso lo dices porque eres un posmoderno -dijo uno de la mesa de al lado. Aristóteles, detrás de la barra, empezó a hacer muecas al escucharlo. -Eso ya lo decía mi tocayo hace unos 2500 años y nadie le llamaba “pos” de nada.- Siempre mete esa coletilla. Algunas veces se cabrea y tira con rabia el trapo con el que seca los vasos. -Lo posmoderno es una pose de bar, ¡y en el casino se habla en serio!

El caso es que con estas empezaron a discutir sobre estos asuntos.

-Cómo puedes decir, Bacín, que la religión es política. Una cosa son las creencias de la gente en relación a lo trascendente, y otra en relación a la ordenación de la ciudad.

-Te lo acepto, querido Manuel. Pero estarás conmigo en que esa “relación con lo trascendente” para que se convierta en religión debe aunar a más de uno. ¿O puede haber una religión de una sola persona?

-Si la hay no la conozco, Bacín.

-Bien. Partimos entonces de que la religión supone una relación con lo trascendente y que esta relación supone la relación de más de uno, a su vez, con aquello trascendente.

-Estamos de acuerdo.

-¿Podríamos decir también, siguiendo el razonamiento, que ese religar a unos individuos con lo trascendente implicará un tipo de comportamiento determinado? Quiero decir, lo trascendente, por medio de sus intérpretes (porque aquello trascendente casualmente siempre es mudo), ordenará un tipo de conducta en relación a lo trascendente mismo y en relación a los creyentes entre ellos mismos.

-Viene siendo así desde que el hombre es hombre. De hecho, podríamos decir que es a eso a lo que llamamos, precisamente, “religión”.

-¿Y no supone esto ya, acaso, un tipo de relación que determina la ordenación del espacio público? ¿No implica ya una relación “social”, y, por tanto, la exigencia de un orden político concreto?

-Pues así parece. Me la clavaste, Bacín. Pero… espera un momento: siendo modernos como somos, y en una democracia como la nuestra, se respeta aquella separación entra la esfera de lo público y de lo privado. Y los dioses pertenecen a esta última, Bacín.

-Me parece bien. Te acepto, aquí entre nosotros, que la modernidad ha triunfado, y que aquella separación se da tal cual la describes. Y que lo político, la ordenación de la “polis”, se hace sin necesidad de pedir permiso a los dioses. Defender lo contrario supondría, por otro lado, que el proyecto ilustrado habría fracasado… Y, sin embargo, mira por esa ventana. Qué ves

-Veo a una alcaldesa socialista pidiendo a una Virgen por los “emprendedores”. Veo también a un tipo con pinta de beato haciendo aspavientos y gritando… ¡espera, que viene para acá!

De repente, abrió la puerta del casino un católico indignado, exigiendo respeto a una alcaldesa que, como hablaba a un muñeco, a su muñeco, entendía era igual que hablar a todo el pueblo. Aristóteles le tiró la Crítica de la Razón Pura a la cabeza. Casualmente le dio en la frente con la página abierta por el capítulo tercero de la Dialéctica Trascendental… El pobre salió del casino llamándoles trolls.

-¡Ese no vuelve!- dijo Manuel entre las carcajadas del resto.

-Así se usan los libros… Pero no hagas caso, de momento, al católico. Más adelante volvemos con él. Qué te dice esa Virgen presidiendo la plaza, presidiendo la inauguración de las fiestas locales, ¿podríamos decir que eso es “política”?

-Desde luego, Bacín, si asumimos que los símbolos de un credo concreto están marcando la marcha festiva de un pueblo, sería difícil decir que eso no es una cuestión política. De cualquier forma, no creo que la intención de la alcaldesa fuera esa.

Al oír esto, Justino, aficionado a la historia local, les interrumpió con lo siguiente:

-Deberíais saber, queridos todos, que esa Virgen a la que la alcaldesa habla se la inventaron en la posguerra, en pleno nacionalcatolicismo. En época de la República las fiestas eran laicas. ¿Sabéis dónde estaban los socialistas cuando inventaron lo de la Virgen? ¡¿Lo sabéis?!…

-Sschuuss, ¡calla! -dijo Aristóteles- Si empezamos a remover las cunetas, seguramente, solo del bochorno y la vergüenza, nos cierran el casino. Ya sabéis que la Transición nos segó a todos la memoria.

-De cualquier forma, -continuó el Bacín- lo que cuenta Justino no hace más que abundar en mi idea: la religión, precisamente por su esencial tendencia a ordenar lo social, no puede dejar de hacer política. De hecho, es política. Siempre lo ha sido.

-Pero, Bacín, sabrás que después del Concilio Vaticano II la Iglesia católica dialoga con la modernidad…

-Eso dicen. Sin embargo, una cosa es el diálogo y otra la aquiescencia. Yo defiendo lo contrario: la Iglesia posconciliar es igual de antimoderna que la preconciliar. Pero vayamos por partes: ¿qué es la modernidad? Si la reducimos a un eje de coordenadas cronológico, como tienden a hacer los historiadores, claro que la Iglesia se nos presenta como moderna. Si, incluso, lo hacemos reduciéndola al uso de una serie de técnicas, ya sean mediáticas (uso de medios de comunicación), políticas (movilizaciones sociales) o institucionales (centralización y homegeneización), también se nos presentará como una institución moderna. De hecho, soy partidario de entender la institución eclesial como el mejor ejemplo de institución centralizada, más incluso que el estado absoluto francés, que es el ejemplo al que los historiadores acuden para hablar de Estado moderno. Además, tened en cuenta que el proceso de centralización de la Iglesia católica es algo muy reciente. El código de derecho canónico se aprueba en 1917… Y, sin embargo, en sentido estricto, eso no la hace moderna. Porque la modernidad es más que una cronología o un conjunto de técnicas. Por ejemplo, ¿se puede ser moderno si renunciamos a la autonomía de la moral, como nos la presenta Kant?

-Difícilmente, Bacín.

-Y, aquí vamos, ¿podríamos ser modernos renunciando a la autonomía de lo político? Recuerda, por ejemplo, a Hugo Grocio y su “ateísmo hipotético”.

-De la misma forma que lo anterior, Bacín, no podemos ser modernos si pretendemos fundar lo político atendiendo a los dictados de los dioses, sean estos los que sean.

-Bien. Toca ahora analizar si la Iglesia posconciliar acepta estas premisas. Fijaos en el católico, ¿creéis que construye su moral de forma autónoma y racional? ¿O creéis que su moral es heterónoma, que asume y acepta la enseñanza católica?

-Me atrevería a decir que de esa segunda forma que dices, Bacín.

-Y, sin embargo, es un buen ejemplar de católico posconciliar. No forma parte, por ejemplo, del clero reglado. Como sabéis, la Iglesia renuncia a que sus ordenados sean representantes políticos… Pero fijaos en esto: el Concilio Vaticano II aprobó la Constitución Dogmática Lumen Gentium. Es en este texto donde se definió el tan manido concepto “Pueblo de Dios”. Esta referencia puede servirnos para analizar cuál es el papel de los laicos en la Iglesia posconciliar. Porque a partir de aquel momento, lo secular, el actuar en el mundo en su aspecto temporal por parte del laicado, adquirió una dimensión eclesial y evangelizadora. Todos los católicos, por el hecho de serlo, están, a partir de aquel momento, llamados a actuar en el mundo. Dejad que os cite…

-¡No nos digas, Bacín, que llevas los textos encima!

-Uno tiene sus vicios… Pero atended. Dice así: “a los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, las cosas terrenales[1]. Años después la Exhortación Apostólica Christifidelis Laici[2] desarrolló aquel apartado de la Lumen Gentium. El mundo, se especifica en ese documento, no solo es el lugar donde los cristianos laicos son llamados por Dios, sino el ámbito y el medio de su vocación. En este sentido señaló Wojtyla que el mundo, la ordenación cristiana del mismo, la ordenación del mismo según el proyecto de Dios, no es solo un dato sociológico, sino también una realidad teológica y eclesial (Ch. L. 15).

-¿Quiere eso decir, Bacín, que los católicos, por el mero hecho de serlo, están obligados a hacer política?

-Claro. Pero no una política cualquiera. Porque ¿qué entiende esta gente por acción política? El mismo texto nos lo dice: “Para animar cristianamente el orden temporal (…) los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Ch. L. 42.). Como veis, la política aquí es entendida prácticamente como una acción omniabarcadora que engloba todo el ámbito social. Saben de lo que hablan…

-Muy bien, Bacín, pero según lo que dices, todo dependerá de qué sea ese “bien común”.

-Así es, lo que llaman “el bien común” es el objetivo de esta acción política. No el poder por el poder, o la mera lucha partidista. ¿Y cómo entender este bien común, a qué instancia acudir para determinarlo? Porque es, justamente, esa dedicación o servicio al bien común lo que hace de la actividad política una de las formas singulares de ejercicio de lo que llaman sacerdocio común: consagrar al Señor nuestro actuar en el mundo al ordenar los asuntos temporales según la maqueta del reinado de Dios. Maqueta que, en última instancia, guarda e interpreta la institución eclesial, porque esa es precisamente su misión. Si a esto le sumas la estricta jerarquización eclesial, y aquella heteronomía que es esencial al catolicismo, tenemos que la Iglesia es hoy en día, sino lo fue siempre, una institución política de primer orden, capaz de suministrar un imaginario político totalizante a aquellos que lo asumen.

-Ya. Pero eso, que suena tan sencillo, no creo que en realidad lo sea tanto. Para que se dé supongo que serán necesarios unos mecanismos concretos. Pienso en redes de socialización, centros educativos, etc.

-Por supuesto. ¿Y no creéis que la Iglesia los tiene? Y no solo propios. ¿A qué creéis que se debe el empeño en impartir una clase de religión en la enseñanza pública? ¿Por qué ese interés en construir colegios, universidades…? La pretensión de acaparar lo público se entiende desde esta perspectiva. Y fijaos en otra cosa: ¿no os llama la atención el crecimiento de los grupos que llaman carismáticos? Mirad a los Kikos, o el Opus Dei, que ya forma parte de nuestro paisaje político… Pero lo importante: por medio de estos grupos no solo se ideologiza, sino que se constituyen auténticas redes de sociabilidad. No tiene que ser difícil encontrar a alguien que habiéndose formado en sus centros, acabe trabajando en sus empresas. Espera que ese católico no sea uno de estos…

-Vaya, Bacín, al final sacarás provecho del pobre beatillo.

-Es solo un buen ejemplo de esos católicos posconciliares de los que estamos hablando: formado en centros eclesiales, socializando en sus redes, mezclado con los laicos… Forma parte de lo que algún investigador italiano llamó “los ejércitos de Dios”[3]. Y cada vez son más: no solo los encontraréis en centros de formación, también en partidos políticos, o en las mismas instituciones públicas. Mirad si no hay algún numerario del Opus en el Tribunal Constitucional. No es casualidad, amigos, no es casualidad. A todo esto… ¡Ponme otro vinito de ese dulce que gastas, jefe!

-Quizás tengas razón, Bacín. De esa forma podemos entender el empeño de la Iglesia en aparecer en los diferentes textos legislativos. Acuérdate de lo que pasó con la redacción de la Constitución del 78…

-Claro. ¿Y por qué creéis que la Santa Sede no suscribe las distintas convenciones de los Derechos Humanos? Por su falta de referencia a Dios como fundamento último de los mismos. Y no solo en cuanto a lo legislativo. El empeño en que sus símbolos ocupen el espacio público también va por ahí: misas populares, marchas reivindicativas, el espectáculo de los “mártires de la guerra”… Resumiendo: podríamos decir que el propósito de la Iglesia es, sino enfrentarse a la modernidad, sí, por lo menos, bautizarla, cristianizarla.

-Oxímoron donde los haya, Bacín.

-Justo. Pero es que, como dijo por ahí algún arzobispo, el objetivo estratégico de la Iglesia sigue siendo “adaptar nuestras sociedades al Evangelio, no adaptar el Evangelio a nuestras sociedades”[4]. La misma Virgen en la plaza presidiendo las fiestas locales… regusto nacionalcatólico.

-Bueno, Bacín, pero estarás de acuerdo en que la Iglesia tiene éxito solo a medias.

-Desde luego. Todo lo anterior es teoría. Nos salva que el católico, de manera general, si por algo se caracteriza, es por ser un ignorante de su propia doctrina. Pero tú me preguntaste el porqué de mi afirmación primera, no si la Iglesia tenía éxito o no. Ese es otro tema…

-… del que ya nos hablarás otro día, Bacín. Ahora, y aprovechando que han desalojado la plaza, y sintiendo que sube el calor del vino, nos podías contar lo de aquella vez que tu amigo “el huevón” os llevó a Alicante…

-Ahh, qué buena historia. Venid, chicos, acercaos al Bacín. ¡Pon otra ronda, estagirita! ¡Y únete al paseo! Qué bien se está en la plaza cuando se desaloja… A lo que iba… todo empezó en los chiringuitos. Yo supongo que unas cuantas copas del veneno aquel que ponen por allí tuvieron algo que ver…

Catolicismo y modernidad

Helena G. C.

Notas a pie de página:

[1] Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”. Constitución Promulgada en la sesión pública del 21 de noviembre de 1964. En: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html (última consulta: 24/11/2015).

[2] Exhortación apostólica postsinodal “Christifidelis Laici” de su Santidad Juan Pablo II sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. 30 de diciembre de 1988. En: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_30121988_christifideles-laici_sp.html. (última consulta: 24/11/2015).

[3] Botti, Alfonso, “Los nuevos ejércitos de la Iglesia”, en Noticiero de las ideas, n. 23, 2005, pp. 52-59.

[4] El arzobispo es François Marty. Homilia de Semana Santa de 1976, cit. en Graziano, Manlio, El siglo católico, Barcelona, RBA, 2012, p. 26.

Vicente J. Díaz Burillo.

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 Acento cultural, número 17, diciembre 2015, ISSN: 2386-7213

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