(porque todos somos Charlie Hebdo)

 

«Dios no reside en un cielo de nubes,

simplemente habita en mentes nubladas.»

(Carl Sagan)

Estimados congéneres:

No hay otro tiempo más que el que nos ha tocado vivir… Con el deleznable atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo, no han sido solo doce las víctimas, sino que hemos sido abatidos todos en un tiroteo dirigido a nuestro derecho más fundamental: la libertad de expresión.

Mucho cabría aquí hablar de la interminable y ridícula lucha entre oriente y occidente. Mucho se está hablando ya en los medios en estos días. Mas no ha de ir por ese derrotero esta disertación. Prefiero hacer crítica, acusar al estilo de Émile Zola (sin pretender compararme con él) a los auténticos culpables de estos y otros crímenes.

Sí, yo acuso… Acuso a tu Dios, a tu Mahoma, a tu Yahveh, a tu Buda, o a la deidad que tengas por gusto u obligación venerar. Acuso a todas y cada una de las religiones, no por su fondo, sino por su forma. Acuso a los prebostes y a los defensores de las mismas, que aprovechan estas trágicas circunstancias, para atacar a sus contrarios y tildarlos de culpables. Las acuso de ser, durante milenios, las causantes de la segregación, de la diferenciación entre los seres humanos. Amparándose en sus dogmas teológicos, de manera sistemática, etiquetan de herejes, infieles, gentiles, apóstatas, a cuantos no los siguen.

Nada tengo en contra de las convicciones de cada cual. No son las mías, pero respeto que se tengan. No albergo más creencia suprema que respetar la libertad de expresión de cada uno. Por eso, guárdate tu credo. Déjalo en el interior de tu casa, de tu sinagoga, de tu parroquia, de tu mezquita. Vives en sociedad y la misma es ecléctica, plural. Mantén al margen de la vida pública tus dogmas. No nos interesan a nadie. Estoy seguro que si yo soy capaz de aguantar las ganas de decirte lo ridículo que me parece que creas a pies juntillas en hombres que resucitan, que curan con el poder de sus manos, en mujeres que quedan encintas por haces de luz, en un señor que vive y reina en un edén de otra dimensión, que se cabrea, manda plagas y castigos por no recitarle oraciones, que es necesario ayunar durante un mes, o que no puedo ponerme una gomita en mis partes pudendas en el momento de la cópula, porque ofendo a ¿qué ser imaginario…?. Si soy capaz de aguantarme esas ganas, tú puedes, seguro, respetar que yo, o cualquiera, creamos en otras cosas diferentes, sin ofenderte, ni perseguirme, ni insultarme, ni sentir compasión porque pienses que estoy condenado por el resto de la eternidad… Vamos, no es tanto pedir.

Pero no, seguimos instalados en el “yo soy mejor que tú”. Yo estoy en posesión de la verdad suprema porque cumplo los preceptos de un libro escrito hace milenios y que contiene innumerables contradicciones en su misma redacción. Seguimos instalados en el argumento “mi dios es el verdadero y el tuyo no”. Mi clan, mi grupo somos los elegidos, los que estamos por encima de vosotros, infieles. Segregar, segregar, segregar…

Bien, aun con todo esto, ahora toca soportar a los de uno y otro bando aprovecharse de manera abominable y torticera de los hechos acaecidos. Los unos porque están eufóricos, han defendido la honra de su dios, de su profeta; han matado a doce indefensos dibujantes, ilustradores, doce artistas que se valen del humor, y de su creatividad, para hacer crítica de la sociedad y sus defectos. En su cielo imaginario les esperará ese ser divino con los brazos abiertos, les dará posesión de setenta y dos vírgenes, reconociéndolos como héroes de una guerra patética. ¡Oh, felicidad suprema! Soy una marioneta en manos de cuatro locos postuladores teológicos y me jacto de ello… Los otros, sin embargo, cargados de occidentalismo y falsa indignación, cargan tintas en pro de condenar tan irracional religión. Nuestro dios es más civilizado que el suyo. Mientras, dejarán entrever que la libertad de expresión termina donde empiezan las creencias de otro o, por qué no, igual un poco antes, que os pasáis de graciosos. Cambiarán las leyes que regulan las fronteras, practicarán el populismo y sacarán tajada. Ambos bandos son extremos de una misma cuerda que llevamos todos enrollada al cuello y que, en días como los que corren, se tensa ahogándonos. De nada ha de servir, según ellos, la matanza en la sede de Charlie Hebdo más que para poner coto a tanta libertad como dicen tenemos. Nada más que para eso, y para alimentar el saco de excusas de una guerra (más o menos encubierta) que vienen lidiando desde hace cientos, miles de años.

Yo acuso, sí, acuso a los unos y a los otros. Todos somos culpables y a la vez somos víctimas. Aprendamos a convivir, a que impere la razón por encima de las supersticiones. No es necesario erradicarlas, ni prohibirlas. Ya caerán por sí solas cuando el pueblo, las generaciones venideras, sean educados en el respeto y la tolerancia.

Para finalizar, un deseo. Espero que ya que ha sucedido, ya que es irremediable, esas doce víctimas no sean en vano. Ojalá la sociedad se levante en un grito enérgico y unánime en favor de la libertad de expresión. Hagamos todos autocrítica, asumamos nuestros errores, que no son pocos, y no caigamos en la acusación fácil pues, todos somos culpables y víctimas a un tiempo. Todos somos Charlie Hebdo.

DISO-web

Ilustración de Rafael Rodrigo Toledo (http://bit.ly/1AaQtJg).

Acento cultural, número 4, enero 2015, ISSN: 2386-7213

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