Hablar de arte en la antigua Mesopotamia significa trasladarnos a una cultura politeísta, una sociedad fuertemente dividida en estamentos, una zona fértil deseada por todos los pueblos limítrofes, la creación de la escritura y un desarrollo urbano que alcanzó puntualmente unas elevadísimas cotas de esplendor. En este artículo se va a hablar de una de las fuentes de información fundamentales de este período, en particular, de la estela del Rey-Dios Naram-Sin.

Vencedores y vencidos los ha habido y los seguirá habiendo siempre. No importa la especie, el ecosistema o la época. Desde que el hombre ha plasmado su huella vital y ha logrado transmitir esa información a las generaciones venideras, surgió paralelamente la propaganda tan rápido como el ego, y con ello una premisa que no debe olvidarse pues, la historia se escribe por aquellos que tienen el poder y manejan su lenguaje.

Este tipo de bajorrelieves fueron importantísimos por su labor propagandística acerca de los cambios que se estaban produciendo en su sociedad, sirviendo de paso como refuerzo de la identidad para un determinado pueblo en una época conflictiva. De paso, para nosotros, es un testimonio grabado de una época antigua y, por lo tanto, fuente directa de información histórica.

Esta estela nos traslada a la ciudad de Susa (actual Irán), donde fue encontrada, y es una de las primeras manifestaciones que capturan un momento fundamental en el devenir del ser humano: la idealización absoluta de otro semejante hasta considerarlo como un Dios (como refuerza su inscripción). Una imagen que sirve para difundir por el imperio la magnitud de las virtudes del monarca divinizado. Vamos, como si fuera una campaña política, exaltando sus victorias de forma grandilocuente.

Desde este momento, todo el poder (militar y religioso) estaba concentrado en el Rey, por lo que había un interés en afianzar su poder a lo largo del tiempo por toda la clase más elevada, como queda demostrado en el hecho de que su figura fuera esculpida al doble de tamaño que el resto de personas de la estela, como un dios que exige al pueblo la misma adoración por sus demostraciones de poder casi sobrenaturales.

Esta estela muestra al Rey Naram-Sin, de la dinastía de los Sargónidas y nieto de Sargón I, ascendiendo victorioso e impetuoso por la montaña hacia los símbolos astrales que presiden la escena. El monarca posee atributos reales como el bastón de poder o la tiara de dos cuernos, y se sitúa espacialmente por encima de sus enemigos, los lulubitas, y sus mismos soldados. Una victoria que se muestra con cierto ensañamiento y castigo, con la enorme figura del Rey pisoteando y matando a sus enemigos de forma implacable en contraposición con la clemencia que piden algunos de los derrotados.

Ricardo Ortega Olmedo.

Historiador del arte.

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By UnknownRama (RamaOwn work) [CC BY-SA 2.0 fr (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/fr/deed.en)], via Wikimedia Commons

Año 2254-2218 a.C. (Periodo Acadio: 2334-2193 a.C.).

200 x 105 cm.

Museo del Louvre (París).

Más información:

El poema de Gilgamesh.

El poema babilónico de la creación.

BOTTERÓ, Jean. Mesopotamia: la escritura, la razón y los dioses. Cátedra, 2004.

GOMBRICH, Ernst H. La Historia del Arte. Phaidon, 2011.

WALKER, Martin. Antiguas civilizaciones de Mesopotamia. Edimat, Madrid, 2002.

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Acento cultural, número 8, abril 2015, ISSN: 2386-7213

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