Echo la vista atrás, fijándola en mi trayectoria educativa y descubro así el porqué de estar en el punto que me encuentro actualmente.

Aún recuerdo aquellas comidas rápidas que ponían nerviosa a mi madre al no poder conseguir que me tragara todo el plato de judías antes de ir al colegio en horario de tarde.

Eran otros tiempos, entonces los profesores impartían clase también por la tarde y nosotros, los niños, íbamos con prisa por la vida para poder llegar con aquello que tanto nombraban nuestros padres: “puntualidad”.

Mi paso por el colegio fue muy significativo, tanto que comenzó a crecer en mí una pasión ante esta profesión: maestra. La gran importancia de esta figura a la que en ese tiempo admiraba de una manera distinta a la de ahora. Los maestros y maestras que pasaron por mi vida, a los cuales no les cuestionaba nada. Aquellas personas que tenían razón en todo lo que decían (o eso parecía), la verdad absoluta que una niña va descubriendo a través de una figura cuyo lugar se hallaba tras una mesa más grande que la suya y la de todos sus compañeros. Ese poder tan grande que tenían entre las manos equivalente a la responsabilidad que esto conlleva.

Las cosas en el instituto cambiaron. Comenzamos a separarnos de nuestros compañeros y compañeras, a llevar vidas totalmente diferentes, nuestros círculos sociales comenzaron a definirnos, cosa inevitable. Debía llegar un profesor al que admiraras tanto que fuese tu referente, llegar nuevas amigas y amigos que abrieran nuevos mundos y con ello, experiencias apasionantes que irían marcando poco a poco nuestro futuro.

Comencé a darme cuenta de que la sociedad apestaba y quería evitar por todos los medios que todo siguiese así. Vi todo posible con un arma muy fuerte: la educación. ¿Por qué no puede ser posible todo lo que pienso? Puedo cambiar el mundo desde un lugar, la escuela.

Hoy por hoy lucho por ello. Llegar a las aulas pisando fuerte, tanto que los niños lleguen a pisar tan fuerte como yo. Empezar el cambio desde ellos, hacerles críticos de todo lo que les rodea, ser creativos, dar con la solución de todos los problemas y no me refiero a los matemáticos. Además de este gran compromiso, de tener la oportunidad de abrir a estos niños y niñas todas las puertas posibles le sumo a todo ello las ganas que tengo y debo conservar de llegar a un cambio. Me siento muy afortunada de poder tenerlas y me veo en la obligación de transmitirlas para que de esta manera podamos darles a los futuros alumnos una buena educación, en la que los docentes no olviden esos ideales que parece que se pierden con el paso de los años.

Mi trayectoria educativa no ha sido más que esto: mi vocación por mi futura profesión.

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Ilustración de Rafael Rodrigo Toledo.

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Acento cultural, número 7, marzo 2015, ISSN: 2386-7213

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