El horizonte abre a su paso cada uno de los rincones de una vasta llanura inundada por el tenue calor de la primavera, donde los rayos de sol traen de vuelta a casa a sus visitantes más ilustres que desde las alturas nos vigilan, ateniendo con entusiasmo al paso del tiempo que, año tras año, su destino sigue siendo el mismo, como el amor a la patria chica llena a los pueblos de La Mancha pidiendo seguir al viento a las puertas de la época vernal. Las cigüeñas asientan sus nidos ante un paisaje atípico en una ciudad grande para ellas, sumida en la más absoluta soledad donde el viento barre las calles de un campo de batalla silencioso que nos ha hecho diminutos, frágiles, temerosos, desconfiados de lo que hay afuera pero, sobre todo, necesariamente más humanos. Ellas permanecen tristes porque ya nadie las observa, sustituidas sus miradas por almas solitarias que vagan y contemplan los ojos de un igual que camina temeroso tras la tela del silencio.

Hoy los campos de batallas no se libran a la intemperie, sino en trincheras con miles de héroes y heroínas jugándose la vida equipados con guantes y mascarillas, con las únicas armas que nos quedan en los momentos difíciles, el amor y la responsabilidad. Todos han estado ahí, intimidados por el enemigo, vencidos por el miedo, incluso el más fuerte ha llegado a inclinarse cuando la verdadera cuestión era no rendirse. Muchos querríamos salir corriendo y huir lejos de esta pesadilla interminable, pero ha provocado que en cada uno de nosotros aflore ese pequeño héroe que nos recuerda siempre ese  admirable sentimiento al que llamamos deber.

Nunca nos dimos cuenta de la tendencia suicida de la sociedad, no podíamos creer en lo que nos habíamos convertido. Tal vez nunca supimos valorar el verdadero desastre del individualismo, no teniendo otro remedio que transformarse por instinto de supervivencia en una verdadera sociedad colectiva. No hay duda que la ideología se ha quedado en paños menores, como si la irracionalidad e incoherencia hubiese sido sentenciada al estrato más insignificante posible del saco de las prioridades.

Hoy se abren los corazones apoyando a quien tenemos al lado, a quien apenas conocíamos que, al igual que nosotros, se resguardan en un remanso de silencio temerosos de lo acontecido tras los muros. Deseosos de salir de esta pesadilla, olvidamos el odio al vecino, el egoísmo, la despreocupación por el prójimo, permitiéndonos recordar momentos olvidados por reconstruir lo que un día fuimos. No solo se trata de luchar o aguantar la tempestad, sino de aprender lo mínimamente necesario que nos hace feliz, aprender a convivir y a mirar por los demás, redescubrirnos en una sociedad más humilde, más humana. Momentos donde los balcones no solo agradecían la valentía con sus aplausos, flechas de apoyo a quienes libraban tan ardua batalla, sino un reflejo por el que la cultura acaba por devolvernos a nuestra esencia, nuestra identidad, a lo más cercano, a lo transmisible y compartido, una pieza de arte sin límite alguno.

Este virus ha conseguido humanizar todos los aspectos del día a día, reformulando las relaciones entre distintos, incluso haciendo la política más humana. Por alguna razón inexplicable, en algún lugar de nuestro interior existirá el deseo de un mañana sin despedidas, en el que no nos olvidemos los unos de los otros, una vida entera en la que aprender cómo encontrar la manera que nada sea igual como ayer.

Él único motivo que nos ha permitido discernir entre lo verdaderamente importante es disfrutar de los efímeros instantes que nos suele ofrecer la vida y poca atención les habíamos prestado hasta ahora. Las paredes han llegado a encerrar nuestros pesares y alegrías, donde a través de las ventanas de nuestra particular jaula es necesario valorar la libertad, el no tener un techo donde resguardarse de esta oscura tempestad, el no tener nada que echarse a la boca o esos millones de familias permaneciendo durante meses o, incluso años, recluidos en sus hogares huyendo del estruendo de las bombas y las metralletas de conflictos que hacíamos por ignorar su existencia.

Una lucha que nos ha hecho llevar por emblema el coraje y la solidaridad, imposible ser borrado de nuestra memoria. Esta terrible enfermedad nos ha permitido conocer a nuestros vecinos, a nuestros iguales. Ahora somos capaces de recordar esa  perspectiva de aquellos que antaño se dejaban la piel por un ideal, por un bien común, por desinterés y solidaridad, algo aprendido a valorar en esta cruel guerra y nos ha enseñado que ninguna conquista se consiguió sin la unión.

Cuando nos atrevamos a dar un paso adelante seremos capaces de entender a esa flor marchita por el desencanto de quien no le ha prestado la suficiente atención, y valoraremos lo que es mínimamente imprescindible para vivir como respirar aire puro, añorar y sentir, compartir y ayudar, adquiriendo una felicidad real permitiéndonos gozar lo que tenemos y no lo que podría haber sido. Algún día lograremos entenderlo, habiendo adquirido la virtud de reconstruir un universo lleno de posibilidades, ideas incidiendo en lo verdaderamente importante. Volvamos a despertar esas ilusiones enterradas por el pesimismo del “nunca saldrá bien” porque esta batalla nos ha hecho aprender a esquivar al deseo de la muerte de llevarnos a destiempo, con nocturnidad y alevosía. Permitámonos volver a vivir una segunda oportunidad orgullosos de saber que lo superado ha sido una victoria histórica frente a un enemigo invisible, traicionero y déspota, porque la importancia de los problemas es el triste final que se le quiera dar.

La entereza siempre hizo grande a la Atenas de La Mancha, antaño recordada por el afán de antiguos y humildes pobladores que hicieron de esta tierra un lugar lleno de vitalidad y de la que supimos heredar el orgullo de portar el estandarte durante siglos que logró superar infiernos de adversidades. Un pueblo repleto de solidaridad capaz de someterse a la más dura de las pruebas como es el aguantar el último aliento de esperanza.

Cuando todo esto acabe y los vítores hayan colmado a esos soldados malheridos por meses de contienda, alzaremos la mirada a los ausentes, dedicando nuestro último aplauso para aquellos que cogieron el camino de no retorno, agradecidos por ver que al fin ganamos la partida, contradiciendo a esas dudas que nunca creyeron en ver como el mundo podía ser un lugar mejor.

 

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Acento Cultural, número 53, Septiembre 2020, ISSN: 2386-7213.

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