Hablar de mi generación (los nacidos en los años 80) es hablar de la primera generación de españoles europeos, al menos tal como entendemos hoy en día el concepto. Así, recuerdo, nos lo enseñaron por activa y por pasiva en la escuela. Celebrábamos cada 9 de mayo el ‘Día de Europa’. Nos hablaron sobre sus orígenes: la firma del Tratado de París en 1951 que formó la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), como punto de origen del posterior Tratado de Roma (1957), cuya rúbrica refrendaba la creación de la Comunidad Económica Europea. Dichas conversaciones servían de pistoletazo de salida a la unión de diversos estados europeos, en pro de un entendimiento mutuo que derivaría en un espacio europeo de libre circulación para todos los ciudadanos de dichos estados. El 12 de junio de 1985, España entró de lleno en esta CEE, en la denominada entonces ‘Europa de los doce’, compuesta por: Bélgica, RFA (República Federal Alemana), Italia, Países Bajos, Francia, Luxemburgo, Dinamarca, Reino Unido, Irlanda, Grecia, España y Portugal. La reunificación alemana y el ánimo de todos supusieron que en 1993, se firmara el Tratado de la Unión Europea (TUE), constituyendo todos estos territorios una comunidad política de derecho. Muchos más países se adhirieron después, hasta conformar los 28 actuales, con la incorporación de Croacia en 2013.

Mucho ha llovido y muchas cosas han pasado, pero no pretendo que esto quede como un artículo-retrospectiva de Europa, pues no soy, ni con mucho, experto en leyes. Simplemente quiero remontarme a hace ya unos cuantos años, cuando tuve la oportunidad de cruzar, por vez primera, la frontera de España, camino de un país ‘amigo’, en este caso Italia. Recuerdo, bisoño yo, que solté alguna que otra lagrimilla cuando comprobé que con mi documento de identidad español, sin pasaporte alguno y sin problema de ningún tipo, pude cruzar ‘libremente’ las aduanas de Italia, Eslovenia, Austria… países todos del denominado ‘espacio de Schengen’, en honor al acuerdo firmado en 1995 en la ciudad de Schengen (Luxemburgo) por el cual se suprimían las fronteras, para los ciudadanos de los países firmantes. A su vez, recuerdo como, emocionado, escribí odas a Europa y a la alegría que en mí suponía verme parte de un espacio tan amplio, diverso y rico (en lo que a cultura, historia y sociedad se refiere) Como decía, mucho ha llovido. Ha bastado una dura crisis financiera para ver las vergüenzas de la Unión Europea, para ver como unos y otros se enfrentan en duras acusaciones, con la sensación de que, los países meridionales europeos somos poco menos que demonios devoradores de dinero público, el cual proveniente de los generosos países norteños, debemos devolver sí o sí y cueste lo que cueste.

Mas ahora cambio por entero de tercio.

Cuenta el escritor británico Robert Graves, en su maravilloso libro «Los mitos griegos», que fue precisamente en Grecia donde tiene su origen etimológico Europa. Única hija de Agenor y Agríope, Europa nació en la ciudad fenicia de Tiro. El dios Zeus se enamoró perdidamente de ella y mandó a Hermes que llevara el ganado de Agenor a las costas de Tiro, donde se encontraban ella y sus compañeras. Zeus utilizó sus divinos poderes para convertirse en un toro blanco, con pequeños cuernos como gemas, entre los cuales cruzaba una única raya negra. Al ver Europa a ese bello toro, le sorprendió que fuese manso como un cordero e, inocente ella, jugó con él adornando sus cuernos y sus crines con flores y guirnaldas. Subiéndose a horcajadas del mismo, vagaron a las orillas del mar. Zeus, en un despiadado acto, propio de quien se sabe con un poder omnímodo, secuestró a la joven Europa lanzándose al mar. Nadó con ella sobre su lomo hasta la costa cretense de Cortina, donde la violó, convertido esta vez en un águila, bajo la sombra de un verde sicómoro. La mantuvo allí, oculta de las miradas de sus familiares, quienes anduvieron buscándola sin encontrarla. Allí dio a luz a tres hijos del dios griego: Minos, Radamantis y Sarpedón. Agenor intentó sin éxito buscar a su hija. Desesperado, tras la muerte de su mujer Agríope, se desplazó al oráculo de Delfos. La pitonisa le aconsejó que dejara la búsqueda, pues sería infructuosa y finalmente Agenor, dio por perdida a su única hija, Europa.

A este mito griego se le conoce con el nombre de ‘El rapto de Europa’ y me viene al pelo para intentar hacer una analogía de lo que sucede en estos días a la actual Grecia, heredera de aquellos helenos que fueron los padres de la democracia, así como fueron cuna, dando lustre y esplendor a la llamada cultura europea. Grecia, como otros muchos de los denominados países pobres europeos, se subió, al igual que lo hiciese su ‘hija’, Europa, a lomos del toro bello y manso que significaba la bonanza económica de la Unión Europea. Nadie la obligó, hubo consentimiento mutuo, no obstante, las promesas de prosperidad, de crecimiento, que reflejaban sus bellas crines y los pequeños cuernos como gemas, así como la mansedumbre de sus formas, servían de garantía para fiarse de sus pretensiones. Mas se demostró que la metamorfosis del todopoderoso Zeus escondía unas intenciones bien diferentes. La ‘unión’ no era tal, sino una suerte de intereses comerciales y económicos, meramente eso. Para desgracia de los griegos, los excesos y abusos de sus diferentes gobiernos, les ha llevado a ver la verdadera cara de aquel bello toro blanco, que ahora se ha tornado en una despiadada águila, que ha intentado violarla, introduciéndose hasta en lo esencial que ha de tener un estado, los organismos, instituciones, leyes básicas y en su identidad.

Lejos intentar primar el interés del mantenimiento de la Unión Europea, la cual se ha demostrado beneficiosa en muchos aspectos para los países que la integran, considero que la lucha del pueblo griego por mantener su soberanía es, ha de ser, respetada, e incluso defendida. No obstante, ya hemos visto, tanto españoles como portugueses e irlandeses, que la falta de ética, e incluso decencia de los ‘amigos’ acreedores, no tiene visos de finalizar, mientras poco a poco nos sigue exprimiendo hasta la extenuación. Por tanto, salvando las distancias, creo que la pugna del pueblo griego con los organismos económicos europeos no solo es justa, sino que también ha de ser nuestra lucha, pues más temprano que tarde nos tocará a nosotros agachar la cabeza ante sus pretensiones.

Europa, sí, sin duda, pero no esta Europa.

El Rapto de Europa - Quellinus

El Rapto de Europa, 1635

Erasmus Quellinus II

Museo Nacional del Prado de Madrid

Óleo sobre lienzo

126 cm x 87

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Acento cultural, número 11, julio 2015, ISSN: 2386-7213

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