Los lugareños, siempre amistosos y solícitos a la hora de complacer cualquiera de tus demandas, respetan al extranjero por cuestiones que, generalmente, no tienen nada que ver con la interacción entre ambos, en el resto de casos, se aplica el código de los negocios.

Birmania (o Myanmar, como se la conoce en la actualidad) comenzó hace más de una década un proceso de apertura al exterior que lo ha llevado a elevar de manera considerable el número de turistas que recibe cada año, no obstante, su cuota de mercado es aun razonable con respecto de la de otros paraísos asiáticos. Entre los motivos principales de este auge de las cifras de visitantes se encuentra la simplificación de los trámites para la obtención del visado. Desde 2014 se encuentra a disposición del viajero la e-visa, o visado por Internet, que ha de ser validada on arrival, pero que reduce considerablemente la previsión necesaria a la hora de solicitarlo y evita tener que personarse en el consulado.

Una experiencia no tan distinta. Birmania esta lejos de convertirse en una competencia real para países como Tailandia e Indonesia, quizás porque sus infraestructuras hoteleras y rutas de transporte aún están en un estado de desarrollo inicial, pero es innegable que cualidades para ello no le faltan. Tanto sus playas como el amplio, y bien conservado, patrimonio cultural constituyen atractivos que no suelen pasar desapercibidos para los tour-operadores europeos, y como el boca a boca sigue funcionando entre viajeros, actualmente existe la leyenda de que Myanmar sigue siendo un lugar “virgen”. Eso mismo debieron pensar los primeros backpackers que llegaron a estas costas allá por los sesenta, galones de queroseno después, la corrupción cultural, el desenfreno, y la apología de la codicia, sustituyen el sustrato ideológico de la gente de entonces y a este respecto, Birmania tampoco es ninguna excepción. La gente autóctona tiene opiniones contrapuestas acerca de la relación entre la promoción del sector turístico y los efectos sobre su forma de vida. El mejor modo de aproximarse a el punto de vista de sus ciudadanos es a través del consenso general, bastante bien identificado en una campaña desplegada en la cartelería local que versa: Take care of turist. Desde luego invita a devolver un poco más de corrección, en lugar de tanto desprecio y apatía.

Cada uno es un embajador de su país, o de una confederación de ellos, y según esa premisa, el viajero de hoy, esta pagando los errores de conducta del de ayer. El impacto de la industria turística sobre la mayor parte de países del sudeste asiático tiene consecuencias muy diversas e impredecibles que van desde la modificación del entorno natural, hasta la reestructuración económico-política de sus sistemas sociales. A pesar de la magnitud de tales implicaciones, hay otros ámbitos de influencia, que aunque son menos evidentes, resquebrajan igualmente el sistema de creencias que rige la vida de los lugareños. Es una cuestión que trasciende los límites de la cortesía, se adentra en un terreno más metafísico que refiere curiosidad y convivencia. La inexperiencia previa sume a los dos sujetos en un proceso de exploración mutua de cuya reciprocidad se nutre la empatía; las herramientas que perpetúan el impulso gregario siguen latentes, muy a pesar de su inoperancia dentro de la vida urbana. Todos nos sentimos revitalizados cuando experimentamos el calor primitivo de un encuentro sin ánimo de lucro, es por tanto tarea del viajero tomarse la molestia de acotar la desconfianza y ser razonable a la hora de juzgar las intenciones de la gente local puesto que, ante cualquier circunstancia, les ampara el beneficio de la duda. Porque no se habla suficientemente de la inocencia o no se hace en los términos adecuados. Es decir, que la limosna carece de valor alguno sin el inherente objeto de compasión. Parece una expresión sencilla, pero en su seno se encuentra una verdad fundamental acerca de la interacción entre personalidades de la misma especie, la situación que cada uno ocupa en el mundo condiciona determinantemente las relaciones humanas a las que tiene acceso, y de manera subsidiaria, su imagen dentro de él. El problema no es tanto creer que eres mejor que todos ellos, sino afirmar de manera rotunda que tu vida (entendida como el compendio de logros y expectativas), es más importante que la suya.

Miguel Ángel Perona Sevilla

Consultor Google Analytics y redactor freelance

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Acento Cultural, número 25, agosto 2016, ISSN: 2386-7213.

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