Realizado el repaso por los principales nombres de nuestra historia literaria (entregas I/III y II/III), esta tercera entrega se centrará en la renovación del siglo XX y las principales innovaciones de la época en la que vivimos, muchas veces pasada por alto por las tendencias editoriales de consumo, pero que alberga autores y obras que rompen moldes y que tienen una calidad sobresaliente.

La crisis de 1898 ve confluir dos generaciones: Modernismo y Generación del 98, razón por la que las letras se ven nutridas de nombres y formas desconocidos hasta entonces en España. En primera mitad del siglo XX sobresalieron dos personalidades por encima de sus contemporáneos: Valle-Inclán (perteneciente a la generación de Fin de Siglo) y Federico García Lorca (dentro de la Generación del 27) serán los dramaturgos que situaron nuestras creaciones en primera línea dentro del género teatral europeo y mundial. España, cerrada a las innovaciones técnicas que se experimentaban en Europa, seguía a principios de siglo una tendencia realista, por lo que las farsas guiñolescas realizadas por ambos y la creación del esperpento de Valle-Inclán suponen un punto de fisión clave para la renovación posterior. Lorca vuelve a sus raíces, las funde con elementos simbolistas y absorbe las innovaciones surrealistas, mientras que Valle-Inclán comienza creando novelas decadentistas y farsas para acabar creando obras cuya columna vertebral es  la caricaturización extrema como crítica social, un espíritu ya palpable en el Quijote, en la Celestina y en Lázaro de Tormes.  En poesía, serán los poetas de la Generación del 27 quienes busquen renovar la lírica siguiendo primero los preceptos de poesía pura y, ante la inestabilidad política, creando poemas de compromiso social que servirán como punto de partida para la generación poética posterior. La guerra civil paraliza durante tres años la actividad intelectual: no será hasta 1940 cuando España se intente recuperar del cercenamiento artístico provocado por ésta, aunque no podemos obviar que son años de profunda ideologización en las obras que se crean. Habrá que esperar a los años 50 en poesía con la poesía social de Blas de Otero o Gabriel Celaya, en novela desde los años 60 con las innovaciones de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos y la influencia de las novelas del boom latinoamericano cuando asistamos a una verdadera renovación y plenitud artística, aunque en teatro no se verá revitalizado hasta el inicio de la democracia (1975) y la apertura y masificación de las obras.

Las décadas posteriores a la guerra estuvieron marcado por la recuperación y la búsqueda de la identidad, algo que ha provocado que en el presente siglo XXI estemos experimentado una vitalidad inaudita en el panorama cultural, en parte gracias a la proliferación de editoriales independientes que impulsan autores de calidad al margen del mercado editorial masivo  y para las que prima la creación de obras que aporten algo nuevo, que no se conformen con refundir y repintar lo que otros han hecho. En este panorama podemos destacar la labor novelística de Javier Moreno, la labor poética de Luis García Montero o  el teatro de Juan Mayorga. Si bien es cierto que antes podíamos agrupar las obras y los autores en torno a grupos o tendencias más o menos homogéneas, el presente siglo muestra una variedad de nombres y tendencias sólo explicables por el feroz individualismo que buscan ahora los autores. No se quiere imitar ni ser parte de un grupo, sino que se busca plasmar una visión personal a través de la escritura donde las vivencias y el entorno tienen un gran peso. Destacar también cómo el presente inmediato, marcado por el desempleo y las medidas de austeridad económicas, vive un reflejo simultáneo en literatura con obras como Vente a casa (2015) de Jordi Nopca y su  visión poliédrica mediante relatos centrados en ciudadanos actuales de diferentes rasgos y clases sociales, o el cómic de Isaac Rosa y Cristina Bueno Aquí vivió (2016), que denuncia y explica la realidad menos amable que no recogen los informativos: los desahucios y el impacto que provocan en aquellos que se ven echados de sus casas. Dos ejemplos de muchos otros en el panorama que buscan mostrar la realidad y huir de la estética, sirviéndose de la literatura como medio de comunicación.

Estamos inmersos en una nueva etapa  literaria que, por el momento, aboga por la constante renovación e individualidad de autores y lectores y que esperemos se prolongue algunos años más para conseguir instaurar de manera definitiva el inconformismo creador que los españoles llevamos en nuestras venas, inherente a nuestro carácter. Un inconformismo y una rebeldía que ya tuvieron corriendo por sus venas los autores de La Celestina, El Lazarillo de Tormes , Miguel de Cervantes o Ramón María del Valle-Inclán y que son las que impulsan la creación de oras de arte feroces y significativas que configuran nuestra literatura, una historia literaria poliédrica y con una calidad más que sobresaliente.

Elena Llera Sánchez.

Otras entregas:

El inconformismo y el cambio en la literatura hispánica (I/III): de los orígenes a las hazañas quijotescas.

El inconformismo y el cambio en la literatura hispánica (II/III): del Barroco a la apertura de Fin de Siglo (1898).

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Acento Cultural, número 24, julio 2016, ISSN: 2386-7213.

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