Si realizamos una panorámica a la literatura hispánica desde los primeros testimonios nos damos cuenta de que son muchos los autores que se salieron del patrón de la época de manera premeditada y que fueron los más relevantes e innovadores en sus respectivas franjas temporales. Ya en la Edad Media, donde el teocentrismo combinado con el didactismo daba lugar a obras profundamente marcadas ideológicamente  y  protagonizadas por nombres  como Gonzalo de Berceo (S.XIII) o Libro de Apolonio,  despunta el nombre de Juan Ruiz, más conocido por el sobrenombre de Arcipreste de Hita, creador de una obra que ha pasado a la historia por la premeditada rebeldía de su fondo, muy alejada de las enseñanzas medievales. Su Libro del Buen Amor juega con el receptor desde el inicio, ya que el título puede incitar a pensar que se trata de un libro donde este “buen amor” es el amor que sigue los preceptos cristianos. Nada más lejos de la realidad: esta obra introduce la ironía en la literatura hispánica, la reivindicación del amor terrenal y el imperativo de disfrutar de la vida que tenemos ahora porque no asegura recompensa alguna en un mundo posterior cuya existencia no está probada. Y todo, dentro del Mester.

Abandonamos la Edad Media en 1492 gracias a la imprenta de tipos móviles, al descubrimiento de América  y a la publicación de Antonio de Nebrija de la Gramática Castellana, prueba irrefutable de que el castellano era una realidad y de que el latín pertenecía al pasado. En esta franja de cambio, de auge humanista, de apertura y a la vez cierre bautizada como Prerrenacimiento, surge una de nuestras obras magnas, una obra que todavía hoy divide a filólogos y lectores: hablamos de La Celestina, esa obra que sin ser teatro ni novela ha terminado por ser  calificada en el siglo pasado como “novela dialogada” por la imposibilidad de clasificación. Si la forma ha suscitado controversia, el fondo ya provoca divisiones y peleas a la vez que provoca risas. Ávido lector de la lectura de su época, Fernando de Rojas parodia y refunde las novelas de caballerías y sentimentales  de la época a través de sus personajes. Los tipos sociales tan idealizados en las novelas medievales aquí se muestran ironizados mediante  un noble enamorado que roza la idiotez y que recibe burlas por parte de todos, y de una amada que no tiene un pelo de tonta y que es infinitamente más versada que el “caballero” que la pretende. Los personajes de los bajos fondos muestran una inteligencia práctica mucho mayor que los de alta cuna, movidos por intereses meramente monetarios. Celestina, la alcahueta que acabó por dar título a la novela, es uno de los mitos hispánicos más relevantes de toda nuestra historia, y en ella aúna inteligencia, misticismo, brujería y según las malas lenguas, homosexualidad y represión sexual. Un cóctel de ingredientes que dio lugar a una obra que marcó todo un período literario, que dio lugar a su propia línea narrativa llamada “literatura celestinesca” y que sigue siendo objeto de debate y de placer entre todos aquellos que se acercan y se quedan enamorados, irremediablemente, de tan intrincada y redonda trama.

La apertura que se atisba en este siglo llega a su plenitud  en el siglo XVI con la llegada de la influencia italiana y del Dolce Stil Nuovo que populariza Garcilaso de la Vega, el rescate del género pastoril del mundo clásico y la creación de novelas maravillosas como La Diana de Jorge de Montemayor, La Arcadia de Lope de Vega o las Novelas ejemplares de Cervantes dando lugar al Renacimiento  de las letras, período de florecimiento literario por excelencia. Si bien este siglo destaca por la poesía, no tardará en configurarse un género nuevo que, de nuevo, divide a neófitos y especialistas por su intención y su nacimiento,  encabezado por el niño más conocido de la literatura. El Lazarillo de Tormes (1554) inicia un nuevo género que tiene a un pícaro como protagonista, alguien que se gana la vida sin oficio, mendigando y pidiendo, y sin estabilidad alguna. Especial interés tienen las pícaras, muy diferentes de sus homónimos masculinos, ya que ellas son bellas y se sirven de esta belleza para conseguir todo lo que quieren, además de ser mucho más recelosas de su libertad como se ve en La pícara Justina. Hemos pasado, por tanto, de una novela medieval de valores morales y a una novela realista ya iniciada con La Celestina que busca reflejar la realidad incluso en sus aspectos y estamentos menos privilegiados.

Este período ve nacer además a la gran novela que inicia la época literaria moderna, El Quijote (1605-1615), una obra que recoge, refunde, parodia y teoriza sobre la sociedad que le ha tocado vivir y la literatura anterior. Sirviéndose de recursos de la novela caballeresca, de la novela sentimental, de la novela picaresca y de teorías de relevancia social como la teoría de los humores, crea la pieza clave de la literatura hispánica que da el pistoletazo de salida a la consideración de la novela española como un género mayor hasta entonces poco prestigioso. A caballo entre Renacimiento y Barroco, supone un reflejo y parodia social de alguien que conoce los mecanismos de la realidad en la que vive y de los que se desmarca conscientemente, fruto de la vida de Cervantes  y de sus desengaños vitales y literarios que sólo en los años previos a su muerte se tornaron en alegrías.

Elena Llera Sánchez.

Siguiente entrega:

El inconformismo y el cambio en la literatura hispánica (II/III): del Barroco a la apertura de Fin de Siglo (1898).

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Acento Cultural, número 23, junio 2016, ISSN: 2386-7213.

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