En la anterior entrada revisamos cómo la literatura se vio marcada por tres obras clave desde sus orígenes: Libro del Buen Amor o el inicio de la rebeldía en el mester de clerecía, La Celestina como punto de fisión de la crítica literaria y El lazarillo de Tormes y la incursión del realismo en la literatura. Todas ellas se verán aunadas y condensadas en la obra que configura el género novelesco, El Quijote, que representa en fondo y forma la vida y la escritura inteligente de alguien que vivió en su época y supo leerla y transmitirla, y que supone el punto de partida de un movimiento que retuerce los ideales anteriores y los lleva a su máximo potencial.

El Barroco surge en el siglo XVII, caracterizado por recoger los preceptos iniciados en el Renacimiento y retorcerlos llevándolos a su máximo exponente mediante la intensificación. El subjetivismo, el lirismo y el pesimismo vital imperan en obras  que ya no quedan delimitadas por géneros, todo se funde y se sintetiza en el teatro, el género clave en este siglo. Antes heredero de formas clásicas (una unidad, un tiempo, una acción), recibe la transformación que teoriza Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias (1609) tras una vida dedicada al teatro. Aboga por la fusión, por la mezcla, por unir acciones, estilos, prosa, verso, personajes de alta y baja cuna, amor, honor, historia y mitología para crear obras que realmente tengan relevancia y respondan a la realidad. Si bien crea más de cuatrocientas comedias su figura se sitúa entre dos períodos, por lo que será Calderón de la Barca quien represente la renovación y el espíritu barroco en su punto máximo.  Con una biografía marcada por el silencio, poco se sabe salvo su exclusiva dedicación al teatro; crea grandes obras como La vida es sueño y  autos sacramentales como El gran teatro del mundo, ambos configurados en torno al tópico barroco de Theatrum mundi o el mundo como teatro.

Este pesimismo comienza a desintegrarse en el siglo XVIII a favor de la irrupción de una literatura didáctica y formativa, al servicio del pueblo que predomina durante la Ilustración. Estamos en el siglo del ensayo, todo se hace siguiendo los principios del despotismo ilustrado, ciencia y filosofía racionalista se adoptan como bases y la imaginación y la creación quedan subordinadas al “bien común”. Aquí no hay rebeldes, sólo hombres doctos que responden a la razón y la experiencia como vías del conocimiento, por lo que tendremos que esperar al Romanticismo del siglo XIX para ver una ruptura y una renovación literaria. Como consecuencia de la llegada a España del Idealismo y de la literatura romántica especialmente inglesa (Yeats y Shelley) y alemana (los Hermanos Grimm, E.T.A. Hoffman)  prima el subjetivismo, el individuo, el abandono de la masa y la distancia premeditada respecto de ésta, la rebeldía y la originalidad. Se vuelve a permitir la fusión de géneros, vuelve a valer todo, aunque las composiciones se verán teñidas por pesimismo y la melancolía de los autores. Espíritus románticos y rebeldes serán los de Mariano José de Larra, periodista e idealista que decidió quitarse la vida mediante un disparo en la sien, Rosalía de Castro y su reivindicación de su lengua vernácula en Follas Novas y, sobre todo y por encima de todos, José Zorrilla y la obra que lleva el mito de Don Juan a su máximo exponente, Don Juan Tenorio (1844) siguiendo la tradición barroca de Tirso de Molina pero con tintes satanistas, libertinos y románticos, donde el burlador desafía al propio demonio y se salva por el amor de Doña Inés, un amor que prevalece más allá de la muerte.

A finales de este siglo se vuelve a la preocupación anterior de la sociedad como punto de partida y como fin, provocando que la motivación de las  novelas realistas y naturalistas sea el análisis de la misma. El Realismo se verá representado por Benito Pérez Galdós quien, en obras como Fortunata y Jacinta, analiza y critica a la sociedad a la par, y que Clarín llevará a su máximo exponente en la a veces bautizada como naturalista La Regenta, novela que toma a Oviedo como inspiración y lo critica desde dentro poniendo especial énfasis en tres elementos: el clero, la burguesía y la mujer atrapada en un tiempo y una mentalidad que no le corresponden.  Este análisis de la sociedad y tendencia a la observación desaparecen con la pérdida de las islas españolas en América Latina 1898 y el sentimiento de ofuscación que esto provoca. Convivirán en el llamado Fin de Siglo el movimiento poético bautizado Modernismo que buscaba la musicalidad y lo estético, con la  Generación del 98  y sus pretensiones de revitalización de España mediante la teorización y la mirada al pasado, cerrando un siglo convulso e iniciando con preceptos y autores uno de los siglos más prolíficos de nuestra historia literaria.

Elena Llera Sánchez.

 

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El inconformismo y el cambio en la literatura hispánica (II/III): del Barroco a la apertura de Fin de Siglo (1898). by Elena Llera Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

Acento Cultural, número 24, julio 2016, ISSN: 2386-7213.

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